Tecedallo de Saudade II. Otro ideograma Celta, en recuerdo de mis queridos poetas de O Courel. |
El reverso, está firmado, fechado, numerado, y con la Cruz de Compostela, como corresponde a los huesos del Camino de Santiago. |
Noto como corre el contador, inexorable, e igual que a un Nexus VI de Blade Runer, se me agota el tiempo. Ya no es una opción entrar en un taller y "aprender el oficio", o ir a un curso, ni nada parecido. No pienso practicar, quiero hacer, sin más.
La primera vez que fui a montar a caballo, iba con un grupo de amigos bastante numeroso. El encargado del picadero decidió separarnos en dos grupos, los que supieran montar y los que no. Yo me puse con los que tenían experiencia, sin dudarlo. Y aunque estuve a punto de caerme un par de veces, galopé. Nuestro grupo salió a cabalgar por los caminos, mientras el otro, el más numeroso, se quedó dando vueltas, al paso, dentro de una nave cubierta de polvo. Al terminar alguien me preguntó:
-¿Pero tu no decías que nunca habías montado?-
-Es cierto, recuerdo que contesté , pero he visto suficientes películas de vaqueros.-
Tecedallo de Saudade III. Se trata de otro ideograma Celta, pero contiene una cierta atmósfera oriental. |
Es que no sabía cuando volvería a sentarme sobre un caballo, y deseaba galopar de verdad, no aceptaba quedarme dentro de aquel picadero polvoriento. No era una opción, lo mismo que ahora, no estoy dispuesto a permanecer encerrado dentro de esta puñetera crisis, dando vueltas, al paso, siguiendo las instrucciones de nadie. Vale, la razón dice que para empezar, es más seguro ir paso a paso, pero lo que me pide el cuerpo, es agarrar cortas las riendas, apretar las rodillas y golpear fuerte con los talones. Y con la que esta cayendo, me fío más del corazón que de la cabeza, pienso elegir el camino que señala mi intuición y si alguien me pregunta: ¿Pero tu habías hecho esto antes? Ya sé que le voy a contestar... No, pero he visto suficientes tallas de mi abuelo.
Todo esto es una manera, un tanto complicada, de decir que esculpo el hueso sin tener ni idea, como me sale, y que aconsejo tomar mi forma de trabajar, que me dispongo a mostrar, como algo personal y puede que intransferible. Como algo que no es fruto de la experiencia y que irá cambiando, seguro, a medida que descubra la mejor forma de hacerlo. Solo espero que os gusten mis piezas, y que por eso, sigáis conmigo esta aventura, aunque sea, al menos, para ver hasta donde llego.
Lo primero que me llamó la atención, cuando empecé este proceso fue lo aburrido que es. Como un monje que ilustra un manuscrito interminable. Siempre parece que no avanzas, que nunca vas a terminar. Y después, la precisión. Y no me refiero a que no puedas salirte ni medio milímetro, lo complicado es mantener esa exactitud, durante más de una hora, sin cargarte la pieza. Al principio se agarrotan los dedos del esfuerzo. Hay que acordarse de parar, cada cierto tiempo, para hacer ejercicios con la mano y evitar los calambres.
He descubierto que el mejor enfoque para ser "escultor de huesos" es el de una película de Kung Fu. Tallar hueso, pulir hueso, tallar hueso, pulir hueso... Para mí, se está transformando en un ejercicio de meditación. La postura, la espalda recta ligeramente arqueada hacia dentro, el mentón apuntando hacia abajo, el cuerpo inmóvil. Y la respiración, con el diafragma, lenta, acompasada, para controlar el pulso. Y la mirada, de francotirador, siguiendo con precisión la fresa acariciando el hueso, anticipando la acción, visualizando la trayectoria... Hasta que tengo que salir del trance, porque Ana me recuerda, que hay que recoger a Merlín en la guardería.
Todo esto es una manera, un tanto complicada, de decir que esculpo el hueso sin tener ni idea, como me sale, y que aconsejo tomar mi forma de trabajar, que me dispongo a mostrar, como algo personal y puede que intransferible. Como algo que no es fruto de la experiencia y que irá cambiando, seguro, a medida que descubra la mejor forma de hacerlo. Solo espero que os gusten mis piezas, y que por eso, sigáis conmigo esta aventura, aunque sea, al menos, para ver hasta donde llego.
Lo primero que me llamó la atención, cuando empecé este proceso fue lo aburrido que es. Como un monje que ilustra un manuscrito interminable. Siempre parece que no avanzas, que nunca vas a terminar. Y después, la precisión. Y no me refiero a que no puedas salirte ni medio milímetro, lo complicado es mantener esa exactitud, durante más de una hora, sin cargarte la pieza. Al principio se agarrotan los dedos del esfuerzo. Hay que acordarse de parar, cada cierto tiempo, para hacer ejercicios con la mano y evitar los calambres.
He descubierto que el mejor enfoque para ser "escultor de huesos" es el de una película de Kung Fu. Tallar hueso, pulir hueso, tallar hueso, pulir hueso... Para mí, se está transformando en un ejercicio de meditación. La postura, la espalda recta ligeramente arqueada hacia dentro, el mentón apuntando hacia abajo, el cuerpo inmóvil. Y la respiración, con el diafragma, lenta, acompasada, para controlar el pulso. Y la mirada, de francotirador, siguiendo con precisión la fresa acariciando el hueso, anticipando la acción, visualizando la trayectoria... Hasta que tengo que salir del trance, porque Ana me recuerda, que hay que recoger a Merlín en la guardería.
El principio es un buen dibujo de base. Uso un dibujo sobre papel, que paso al hueso con "papel de calco" y después retoco. |
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